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No es un cuento

Juro por Dios que el maldito despertador no sonó. Odio levantarme así, empezar el día atropellada. ¿Me baño o no me baño? Ya son las 6:50 de la mañana, ¡Auxilio! Me figuró no bañarme, lavadita de cara, desodorante, loción y harto café a ver si se me quita esta cara de odio por la vida. ¿Dónde están las llaves del carro?, ¿Yo por qué seré así Señor? ¡Aquí están! Necesito uno de esos ganchitos para colgar cosas varias. Me fui. Adiós mi amorcito ¿Quién es un perrito dañino, ah?, ¿Quién? Lucía cerró la puerta de la casa. Llaves del carro entre los labios, bolso colgado en una mano, termo con café en la otra, moña en el pelo con la que había dormido y en secreto, una media diferente en cada pie. Siempre decía que se las tragaba la lavadora. Cuando se dio vuelta, vio una caja envuelta en papel amarillo en su entrada; tenía su nombre. Como la curiosidad era mucha y el afán también, se trepó con caja y todo al carro. Miró el reloj en el tablero: 7:15 de la mañana, tenía 15 minutos para

Me perdono

Era viernes, sus ojos estaban tristes, apagados. No era cansancio, era más bien una profunda desilusión.
Yacía en su sofá azul, miraba por la ventana al cielo, ya eran las 6:00 pm. La luz del cielo se tornaba en oscuridad, el día se despedía de la noche dejando ver tonos rojizos, y una que otra estrella ya empezaba a alumbrar.
No podía dejar de pensar en él, la última vez que lo vio, tenía la expresión del adiós en su mirada. Ella sabía muy bien que ese adiós era para siempre.
Él había estado a su lado desde que tenía quince años y ya, ocho años después, estaba ella, en su sofá azul, sin él.
Tenía aún mucho que decirle, en su mente repetía una y otra vez todo aquello que para ella era importante que él supiera, y mientras lo hacía, se paraba de su asiento, caminaba con pasos nerviosos, suspiraba, resoplaba, lloraba, gritaba por dentro.
Cuando volvió a la realidad miró el reloj, eran ya las 10:00 pm, se quedó inmóvil, se limpió las lágrimas y volvió a sentarse. Ella sabía muy bien que nada de eso cambiaría en algo el adiós. 
Por un momento se sintió tan patética, que no soportaba ver su reflejo en la ventana, giró su cabeza, y con algo de timidez, tomó de la mesa que se encontraba al lado del sofá, la libreta y el esfero que usaba para escribir la lista del super. Escribió unas cuantas palabras y luego se fue a dormir: sin vos, pelotudo de mierda, hallé la más hermosa serendipia, el amor que tanto busqué con vos.

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